Bajo la mirada, giro un poco la espalda, una cicatriz que no recuerdo está ahí. Vuelvo de frente, mis senos se yerguen, pequeños, no muy redondos, y a fin de aceptarlos y reconocerlos míos, los toco un poco. Dibujo la silueta con la yema de mis dedos.
Me giro nuevamente, y en la espalda baja unas líneas delgadas me recuerdan los estirones de la niñez, los cambios de ser mujer. No alcanzó a ver más. Si tuviera un espejo más grande...
Aún así, en la difícil empresa de conocernos, desprenderse y verse como algo ajeno, es un juego de sorpresas y un reencuentro consigo.
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